Las autoanticuerpos son la expresión de la respuesta humoral contra “lo propio” que caracteriza las enfermedades autoinmunitarias y en determinados casos son diagnósticos de enfermedad. En el lupus, una de las afecciones en que más estudios se han llevado a cabo sobre las características moleculares de los antígenos que reconocen los anticuerpos, se ha demostrado que con frecuencia éstos van dirigidos a estructuras macromoleculares como el nucleosoma o el spliceosoma. Estos antígenos se encuentran en forma de complejos de proteína-ADN o proteína-ARN como los reconocidos por los autoanticuerpos antinucleosomas y anti-RNP (U1, Sm, Ro, La) respectivamente. Son los nuevos conocimientos sobre la inmunidad innata lo que ha aportado luz al papel que pueden tener estos autoanticuerpos en la patología. Los complejos antígeno-anticuerpo, que se forman como consecuencia de la aparición en sangre de antígenos provenientes de un aumento de la muerte celular por apoptosis, se unirán al receptor FcγII de células dendríticas o al receptor de antígeno de células B específicas. A través de la unión al receptor, el complejo será interiorizado y se unirá en las membranas endosómicas a receptores TLR (Toll like receptor) pertenecientes al sistema inmunitario innato. Se han descrito hasta 13 TLR distintos, localizados en la membrana celular o en las vesículas endosómicas, presentando todos ellos gran especificidad por sus ligandos respectivos. De ellos, el TLR-7 reconoce específicamente ARN de cadena simple y el TLR-9 es específico para ADN. Ambos se localizan en las membranas endosómicas. La unión de los complejos antígeno-anticuerpo con estos receptores activa una cascada de cinasas que lleva a la producción de interferón alfa, molécula del sistema inmunitario innato y adaptativo crucial en el estudio del papel de los autoanticuerpos en el lupus. El interferón alfa es responsable de la disregulación del sistema inmunitario y de la aparición de signos patológicos en el lupus. Entre otros, tiene un efecto importante en la presentación eficaz del antígeno a células T autorreactivas quiescentes y en la prolongación de la supervivencia de células dendríticas y células B. Por otra parte, el incremento de antígenos propios liberados por un incremento en la apoptosis amplifica la producción de autoanticuerpos y su efecto en la mayor producción de interferón alfa.
Autoantibodies are the expression of humoral response to self-antigens and they may be diagnostic of autoimmune diseases. Studies in systemic lupus erythematosus (SLE) have shown that autoantibodies react with macromolecular structures such as the nucleosome or the spliceosome. These self-antigens are complexes of protein-DNA or protein-RNA like those recognized by anti-dsDNA or anti-RNPs (U1, Sm, Ro, La) antibodies respectively. Recent knowledge on innate immunity has shed more light on the pathological role of these autoantibodies. The antigen-antibody complexes formed as the result of an increase of sel-antigens in the blood as a consequence of an increase in apoptosis, attach to dendritic FcγII or B cell receptors. Through the attachment to the receptor, the macrocomplex is internalized within the cell and recognized in the endosomic membranes by receptors of the innate immune system named TLR (Toll-like receptor). There are at least 13 TLRs localized either in the cellular or the endosomic membranes. Of the latter group, TLR-7 is specific for ssRNA, and TLR-9 is specific for CpG DNA. The reaction of the immunocomplexes with the receptor triggers a kinase cascade that leads to IFNα production. The IFNα is a molecule of the innate and adaptative immune system responsible for the immune deregulation and pathological signs in the SLE. It plays an important role in antigen presentation to the autoreactive quiescent autoreactive T cells and in increasing the life span of dendritic and B cells. In addition, the increase in self-antigens released by greater apoptosis enhances the production of autoantibodies and their effect on the increase of IFNα production.