Mi conocimiento del Dr. Carlos Ossorio Castellano, como médico relevante y ser humano excepcional, está en relación con mi incorporación al Hospital de la Princesa y los muy difíciles años iniciales para la creación y el desarrollo del hoy Servicio de Reumatología.
En la muerte de Carlos Ossorio, pienso en la dedicatoria exclusiva que le hacía en mi tesis doctoral: «A Carlos Ossorio Castellanos, compañero ejemplar». Efectivamente, lo decía entonces y lo ratifico ahora ante su pérdida, porque trabajamos juntos un tiempo suficiente como para hacer una afirmación tan categórica, desde el conocimiento de su personalidad.
Conocí a Carlos en mayo de 1977 y mantuvimos una relación muy intensa hasta 1988, que se va al Hospital del Escorial. Posteriormente, fue más esporádica.
Carlos había hecho su residencia en Medicina Interna en el entonces Gran Hospital del Estado, con especial dedicación a la Reumatología, y tenía su plaza en el hospital cuando yo me incorporé, en junio de 1977.
Juntos trabajamos intensamente para estructurar una Unidad de Reumatología utilizando al máximo las posibilidades que ofrecía el hospital, e indefectiblemente sobre la base de realizar una adecuada labor asistencial.
Carlos era una persona muy inteligente, muy estudiosa, y que en esa primera fase de organización de la Unidad analizaba las posibilidades que nos ofrecían tan ordenada y meticulosamente como hacía una historia clínica o indicaba un tratamiento.
Siempre mostró un gran interés por la docencia de pre y posgrado, contemplando en el horizonte la posibilidad de investigar, pero siempre establecía como condición indispensable que la asistencia a nuestros pacientes no se resintiera.
Se reveló como un magnífico docente en la formación de especialistas, él incorporó a nuestros primeros residentes. Inicialmente, a Armando Laffón.
Su capacidad de supervisión en el trabajo clínico, y en establecer objetivos a cubrir desde el estudio, hicieron de él la persona de referencia que mantenía en su entorno no solo a los jóvenes que se formaron en nuestra Unidad, sino a todas las personas que nos visitaban, médicamente hablando.
Trabajo tenaz, estudio intenso, cordialidad, buen humor y talento para desdramatizar cualquier situación, desde una condición de extrema modestia, hacían de Carlos Ossorio un personaje único e indispensable para la consolidación de cualquier proyecto.
Carlos estimulaba con entusiasmo la jornada de mañana y tarde, de 9 a 6, con carácter exclusivo, para hacer posible la realidad de un núcleo reumatológico, que partía de cero y nuestro primer despacho fue un ropero. Era extraordinariamente celoso de que las actividades académicas, sesiones, seminarios, etc. se celebraran por la tarde, porque entendía, y con razón, que, en último extremo, realizar dichas tareas por la mañana restaba capacidad asistencial y al final repercutiría negativamente en nuestros pacientes.
En apenas 2 años vio entusiasmado la primera parte de sus sueños, cual era tener una Unidad de Reumatología que atendiera a pacientes ambulatorios, ingresados, respondiera a interconsultas con otros servicios, e hiciera las técnicas especiales de la especialidad. Carlos daba una gran importancia a los informes intrahospitalarios, porque entendía que, además de la aportación asistencial, hacía posible la auténtica incorporación al hospital de una especialidad nueva.
A partir de la normalización de la asistencia, Carlos aceptó de buen grado, no solo la docencia a médicos residentes en la que se volcaba con toda su capacidad docente y enorme energía, sino también la docencia a estudiantes de quinto curso, cuyo programa teórico amplió y matizó.
El Dr. Ossorio también fue una persona clave en el desarrollo de las actividades académicas vespertinas, que daban sentido, coherencia e impulsaban nuestro quehacer profesional.
Cada semana, teníamos: una sesión general en la que se revisaba pormenorizadamente a todos los pacientes ingresados, una sesión médico-quirúrgica, una sesión radiológica, una sesión clínica para analizar un solo caso y pasar revista a los diagnósticos más interesantes de policlínica. Quincenalmente teníamos una sesión bibliográfica. El guardián de todo esto era el Dr. Ossorio Castellanos, con humor, con mucho humor para evitar engreimientos, pero con mucho rigor.
Su trabajo permitía pensar que el grupo podría algún día convertirse en un equipo.
Cubierta esta etapa, comenzamos a pensar en la investigación clínica y en este caminar encontramos distintos compañeros de ruta con los que Carlos siempre hacía las cosas fáciles y agradables. Tenía encanto, pero encanto solvente que hacía fácil la apertura de las más variadas puertas.
Carlos Ossorio también era un enamorado de la innovación. Aunque durante su residencia no disfrutó de esa posibilidad porque el hospital pasaba por un momento difícil por las malas perspectivas que tenía la institución, una vez despejada esa incertidumbre con nuevas incorporaciones de personas y servicios, Carlos se incorporó con todo el entusiasmo que contenía, que era mucho, a los nuevos tiempos.
Le atraía mucho la innovación, pero no como un pensamiento o una tendencia médica, sino que amaba la innovación para conocerla y después aplicarla, tan pronto como fuera posible.
Desde esa actitud intelectual, veneraba la investigación tanto la clínica como la básica; pero lo hacía por su interés en despejar incógnitas y en abrir nuevos caminos. Le importaba muy poco publicar, entendía que nuestras revistas estaban parasitadas por trabajos poco solventes que inducían al equívoco. Solo aceptaba la publicación cuando era el resultado natural de un método correcto. En las sesiones bibliográficas expresaba con nitidez dicha posición.
Dado que estudiaba con gran intensidad y esos conocimientos reposaban en una persona con gran formación clínica, constantemente proponía líneas de trabajo. Recuerdo algunas que en unos pocos meses puso sobre la mesa y me permito recordarlas porque visualizan su desarrollo exponencial en apenas 24 meses con la vieja fórmula: trabajo intenso y estudio exhaustivo.
Muy pronto, propuso estudiar desde la degranulación de basófilos en hipersensibilidades a las sales de oro hasta el papel de la hipersensibilidad tipo i en la patogenia de la artritis reumatoide o las hidantoínas y el lupus-like, etc.
Comenzamos a publicar y/o comunicar en Congresos, con modestia pero continuadamente, con lo que Carlos obtenía una contraprestación científica que le animaba y le satisfacía.
Participó también muy activamente en la colaboración que establecimos con la Unidad de membranas que dirigía el Dr. Emilio Muñoz en el Consejo de Investigaciones Científicas, en orden al trabajo sobre artritis experimentales, modelos, etc.
Pero si Carlos, como he dicho, era reticente a la acumulación de méritos por el simple hecho de hacer curriculum, mucho más lo era a la obtención de los grados académicos, tal vez influido por su experiencia universitaria, que había sido poco confortable.
Convencido de la necesidad de cubrir esos trámites, presentó como tesina un trabajo muy interesante sobre «Alteraciones hepáticas en la artritis reumatoide».
A nuestra Unidad de Reumatología, en esta época de sacar cimientos, se incorporaron desde el inicio Armando Laffón, el segundo año Aurelio García Monforte y el año siguiente Rita Ortega. Al cabo de 3 años, Carlos decía que la Unidad ya tenía paredes e iniciábamos el tejado y la normalidad.
En 1982, al asumir yo responsabilidades políticas, el Dr. Ossorio acepta hacerse cargo de la jefatura de la Unidad y de la plaza de profesor asociado de Reumatología en la Facultad de Medicina de la Universidad Autónoma.
Desarrolló su responsabilidad de forma bien brillante y, tanto antes como entonces, cuando las circunstancias eran adversas siempre actuó con el criterio de quien razona desde unos principios superiores.
Cuando su nivel de madurez médica e investigadora permitía pensar que la presentación de su tesis doctoral podría ser inminente, se quiebra seriamente su salud en un proceso nunca diagnosticado con precisión.
En 1988, teniendo ya definida la estructura de la Unidad, normalizadas todas las plazas y con una tendencia al crecimiento sostenido, decide abandonar el Hospital de la Princesa e irse al Hospital del Escorial, pensando, tal vez, en la gran labor realizada en los pueblos por los grandes médicos que en la posguerra civil fueron obligados a ejercer durante un tiempo en el medio rural.
Carlos Ossorio era una persona muy alegre, con un sentido del humor penetrante que con frecuencia lo utilizaba con sentido didáctico para frenar engolamientos o imposturas, desde los más jóvenes a los más viejos. ¡Cómo disfrutaba haciendo ver que yo era un roñoso!, y todo desde la buena amistad y la camaradería que para quienes le acompañábamos en el trabajo era un auténtico privilegio.
Carlos era cazador, amante de la buena mesa, y de esas cacerías emanaban veladas memorables.
Viajar en su compañía era muy agradable porque también era un gran lector. Los viajes y sobre todo el compartir habitación suponían aceptar que los artilugios de broma habían de aparecer para inducir al susto, y la carcajada.
Quiero finalizar estas letras con referencia al compromiso político de Carlos que siempre ejerció con tranquilidad, sosiego y coherencia.
Carlos era militante de Comisiones Obreras (CC. OO.) y del Partido Comunista desde hacía muchos años. De CC. OO., desde sus comienzos en la clandestinidad, del Partido Comunista poco después, disfrutando de la consideración de algunos de sus líderes políticos y sindicales, así como del respeto no exento de admiración de sus camaradas.
He de enfatizar que su militancia política nunca supuso una grieta en las relaciones con todas las personas de la Unidad, sino todo lo contrario. Ni un gesto de sectarismo. Su bandera era la solidaridad.
Adiós Carlos, tu enfermedad cruel y tu marcha prematura nos entristecieron a todos, por ti y por los tuyos, y por nosotros al perder a un amigo entrañable, hombre cabal, muy amigo de sus amigos, magnífica persona y gran reumatólogo.
Adiós, hasta siempre.