El término "Iberoamérica" se entiende, en su forma más llana, como la suma de los territorios del continente americano que las naciones de la Península Ibérica colonizaron, término en el que se incluye a España y Portugal. Esta definición tiene cierto grado de complejidad, ya que la Iberoamérica moderna se ha ido formando y transformando en un continuo de mutua e intensa influencia durante más de 5 siglos. En cuanto a la identificación histórica y cultural, la expresión "Iberoamérica" engloba los vínculos estrechos y las historias comunes de estos países.
El primer componente del término, "íbero", se refiere a un pueblo prerrománico del Levante peninsular; después la voz pasó a ser extensiva a toda la antigua Iberia, y se aplicó para toda la península. La segunda parte de la locución, "América", es tanto más rica y compleja en concepto, origen y territorio.
En el contexto iberoamericano, es de vital importancia desprenderse de la anquilosada tesis del descubrimiento de América. Tal como se sabe, y como ha ilustrado extensamente en numerosas ocasiones Eduardo Galeano, América estaba habitada y era conocida antes de que los europeos se dieran cuenta de ello: "Cuenta la historia oficial que Vasco Núñez de Balboa fue el primer hombre que vio, desde una cumbre de Panamá, los dos océanos. Los que allí vivían, ¿eran ciegos?"1.
Inicialmente, los ibéricos denominaron el continente americano como "las Indias", dada la suposición que las tierras recién visitadas por ellos no eran parte de un continente desconocido en su cartografía, sino que eran parte de Asia. Más tarde, cuando claramente se estableció que era una masa continental diferente, España adoptó el término de "Indias Occidentales", para así distinguirlo de las "Indias Orientales". Fue durante una reunión de cartógrafos alemanes que por vez primera se empleó el término "América" para designar al continente. El 25 de abril de 1507, 4 cartógrafos, reunidos alrededor de una mesa de planos en Estrasburgo, sugirieron este nombre para el continente. En su Cosmographiae Introductio, Matthias Ringmann, Martin Waldseemüller, Nicolás Lud y Walther Lud propusieron llamar a esa masa continental "América", en referencia al navegante florentino Amerigo Vespucci2.
La selección de un nombre feminizado fue afortunada, ya que podrían haber elegido el término Ameringen. También fue una selección atinada, ya que, si bien fue Cristóbal Colón quien abriera los ojos europeos a la existencia de los territorios de ultramar, fue Amerigo Vespucci quien, de vuelta de su cuarto viaje, dirigiera una carta a Lorenzo de Médicis, impresa en 1504, en la que anunciaba de forma abierta que las tierras pertenecían a un cuarto continente3. El continente se llama América, aunque actualmente en algunas regiones se han barbarizado las palabras América y americano para designar equívocamente tan sólo a un país (Estados Unidos) y a su gentilicio.
La elección del nombre estaba en armonía con los nombres también femeninos de Europa, Asia y África. Sin embargo, el hecho de ser un cuarto elemento influyó de forma negativa en la forma en la que los europeos lo percibieron inicialmente. La comprensión de América como un continente trastocó muchos mitos establecidos en el imaginario y la religión medieval, particularmente la Trinidad cristiana, equilibrada en la ecúmene de Asia, Europa y África. Entonces, la iconografía europea se actualizó en sus concepciones del mundo y se añadió una mujer americana a las populares representaciones, en las que aparecían Europa con sus capas imperiales, Asia como una refinada mujer oriental y África con largas vestiduras, a veces representada por una mujer negra, y a veces como musulmana. América se les uniría con el torso desnudo, adornos de plumas, arco, flechas y carcaj, o bien con un poderoso mazo o una lanza; cerca de ella se pasearía un caimán o un armadillo, y triunfalmente apoyaría un pie sobre el cráneo de un europeo atravesado por una flecha.
La interacción cultural entre los pueblos americanos y los pueblos ibéricos (a pesar de la merma de la población americana debida a los procesos de conquista, a la esclavitud y a la llegada de enfermedades europeas) dio como resultado, a través de los siglos, la riqueza humana y cultural de la Iberoamérica moderna. América e Iberia se complementan hoy de una forma no previsible por los rastros de la historia. Ni la Iberia moderna es completa sin América, ni la presente América se entiende sin Iberia. Los nexos de lenguaje, expresión, idiosincrasia, literatura y artes son patentes a los nacidos en esta región.
Mientras que en los virreinatos implantados en América se comenzó a hablar en castellano y en portugués, en la Península Ibérica comenzaron a introducirse tanto productos de la tierra, como mitologías e ideas sobre América. La península comenzó a depender económicamente de los bienes extraídos de las colonias, y en las sociedades virreinales se adoptaron nuevas formas de concepción del mundo. A ambos lados del Atlántico se fue generando un sincretismo tanto cultural y económico, como biológico. Tal ha sido esta interacción que en las modernas naciones iberoamericanas sería difícil, sino imposible, desanudar con pulcritud y objetividad los lazos que históricamente unen a sus pueblos.
Importancia de la diversidad cultural
La filogeografía hace referencia al campo de estudios de los principios y procesos de la distribución geográfica de los linajes genealógicos dentro de las especies, con énfasis en factores históricos. La filogeografía nos ha permitido estudiar el proceso de mestizaje en América desde la época del contacto hasta la actualidad, y este conocimiento se ha construido como un continuo histórico, de tal forma que el conocimiento de las mezclas en América se da a través de linajes genealógicos provenientes de las poblaciones amerindia, europea y africana. Estos estudios apoyan la idea de la inexistencia de las razas biológicas, por lo que este concepto se considera más como una construcción social. El otro término que ha tenido auge en los últimos años es el de "etnia", pero esta noción remite a la idea de homogeneidad biológica y cultural de las poblaciones, situación totalmente opuesta al proceso de mestizaje, el cual se caracteriza por su diversidad; en el sentido biológico y cultural. En resumen, es mejor hablar de grupos poblacionales, perspectiva en la que concuerdan antropólogos físicos y muchos genetistas poblacionales, ya que este término da cuenta de la diversidad de este proceso4.
En la antropología contemporánea, el término "raza" es muy debatido. El acuerdo entre los antropólogos es utilizar el concepto de población, que es una noción evolutiva, en lugar de "raza", que implica una tipología y puede tener connotaciones peyorativas en la historia de su uso. El término es más un concepto social o biosocial que biológico5.
Por otro lado, el mestizaje es un proceso complejo de mezclas de poblaciones diversas, tanto biológica, histórica y socioculturalmente. El mestizaje como tal tiene implícita la mezcla de aspectos biológicos (la genética), históricos y socioculturales: sus consecuencias son la reducción del aislamiento genético y la diversidad de las poblaciones. Por ende, este concepto implica homogeneidad al ser "el mestizo" una categoría que tiene implícita la heterogeneidad y la diversidad biosociocultural.
El mestizaje en América se dio a partir del linaje de poblaciones europeas, amerindias y africanas, y destaca el hecho que cada una de estas ascendencias son, a su vez, productos de mestizajes previos a la época del contacto entre América y Europa. Esto se entiende con claridad al considerar que ni los grupos europeos que llegaron a América eran homogéneos, ni los amerindios que estaban en estas tierras eran iguales, y que los africanos que llegaron posteriormente provenían de poblaciones diversas del continente africano. Por lo tanto, somos producto de una serie de mestizajes. El rastreo de los diferentes componentes con los que contribuyó cada linaje poblacional sólo es posible mediante estudios filogeográficos de genética, pero no a partir de la observación del fenotipo, y mucho menos se sostiene el color de la piel, la condición de monolingüismo o la autodefinición del individuo o la clasificación de un individuo a otro.
Distribución del mestizaje en América
El flujo del mestizaje fue un proceso paulatino desde las islas del Caribe hacia el territorio continental. A finales del siglo XV, se inicia la exploración a la costa norte de América del Sur y en 1511, la ocupación de Cuba. Estos acontecimientos iniciaron el proceso del contacto en el continente. En 1513 Vasco Núñez de Balboa es el primer europeo que se encuentra con el océano Pacífico. Cuatro años después se inicia la expedición a costas mexicanas, que concluye con la apropiación de la ciudad de Tenochtitlan en 1521 por Hernán Cortés. Una década después se produce la conquista del Perú. Esta fase de "conquista", más que ser un proceso planeado de poblamiento, se manifestó como una empresa de dominación (militar, espiritual y cultural) sobre los pueblos americanos, y quedó reflejada en las formas peculiares de mestizaje de las poblaciones del continente. Estas confluencias de poblaciones produjeron formas extrañas de uniones grupales (voluntarias y no voluntarias) de individuos desarraigados de su tierra con sociedades indígenas desintegradas por las guerras de conquista. Esta realidad implica que estos procesos distan de ser uniones idealizadas para la conformación de una sociedad mestiza6.
La distribución de los diferentes grupos de linajes europeos, en especial españoles, se dio en la forma de una dinámica de crecimiento cambiante. Para el caso de la Nueva España, entre 1545 y 1570 se reportan las tasas más elevadas de crecimiento de población ibérica, siendo éstas del 54,38%. Sin embargo, la intensidad decreció con el paso del tiempo hasta llegar a registrarse un 3,84% de crecimiento para 1793. Esto se explica porque los años iniciales de la dominación española en América se caracterizaron por la llegada masiva de soldados y clérigos, cuya intención, más que establecerse en el Nuevo Mundo, era ganar fama y fortuna7.
Este dominio trajo como consecuencia la disminución de la población indígena durante el transcurso de una generación. Los orígenes de la mortalidad indígena se debieron a la represión de las rebeliones, a la deportación y ruptura con su contexto socioambiental, a los malos tratos, al esclavismo y a las enfermedades. Lamentablemente, no se dispone de estudios que informen sobre la magnitud de la disminución de las poblaciones amerindias, sólo aproximaciones de registros incompletos de manera muy tardía de los lugareños que morían en los hospitales de indios o naturales6.
Durante los primeros años de este proceso de mestizaje, un tercio de los ibéricos provenían de Andalucía, y el 28% del total de los inmigrantes provenía de Extremadura y de Castilla7. La diversidad de las poblaciones provenientes de la Península Ibérica fue aumentando, de tal manera que se registran diversos grupos que contribuyen a este mestizaje. Tal es el caso de la población del País Vasco. Se calcula que 436.669 españoles llegaron a América entre 1500 y 1650. El grupo más grande llegó en un promedio de 4.638 inmigrantes por año entre 1601 y 1625. A finales del siglo XVI se informa sobre la llegada de 25.000 colonos portugueses a Brasil. La gran mayoría de estos migrantes eran varones. Para fines del siglo XVI, el 35% eran mujeres, aunque en los siglos posteriores hay una disminución de este último grupo, de tal manera que para el siglo XVIII sólo el 5% de la población española establecida en América estaba conformado por mujeres8. Si se contextualiza esta información, se puede entender el aumento de las mezclas poblacionales a expensas de los grupos indígenas y africanos. El patrón de mestizaje con la migración de la América inglesa se dio de forma muy distinta. En este caso, a diferencia de América Latina, la migración se dio primordialmente en forma de unidades familiares. Por lo tanto, la mezcla con la población amerindia fue menor, y aún más limitada con las poblaciones africanas, al menos al inicio del proceso de mestizaje8,9.
La importancia de la presencia española en América no se dio tanto en el volumen de su población, sino en las condiciones socioeconómicas, la ubicación en áreas urbanas, las óptimas condiciones de vida y el elevado índice de mestizaje, lo que en conjunto causó el aumento del linaje español. El mestizaje con la población africana se dio mediante una dinámica muy distinta, basada en los procesos de esclavitud y de situaciones de marginalidad. La población africana provenía principalmente de Cabo Verde, Golfo de Guinea y Angola. Para el siglo XVI se informa que un 6% de la población eran esclavos provenientes de África; en el siglo XVII aumentó a un 20%, y para el siglo XVIII se reporta el 47%. El destino principal de estos esclavos, en especial en el siglo XVII y XVIII, fue Brasil, sobre todo las plantaciones del noroeste de dicho país6-8.
Todos estos datos se basan en los registros de impuestos pagados por los comerciantes de esclavos. Es pertinente considerar la subestimación de estas cifras, ya que no se tiene en cuenta el comercio ilícito de esclavos, así como tampoco la existencia de los grupos cimarrones.
La distribución de la población durante el Virreinato fluctuó: hacia 1570 los americanos representaban el 98,7% de la población total; se observa un descenso evidente con el paso de los años, de manera que hacia 1646 los indígenas representaban el 74,6% y en 1742, un 62,2%; tendencia que continúa hasta nuestros días7. Es difícil estimar con precisión la distribución indígena en el momento del contacto. Sin embargo, hay algunos informes que, aunque variables entre sí, dan una idea de la demografía de las tierras americanas en 1492. Para toda América Latina se calcula que había entre 70.440.000 y 100.300.000 habitantes, de los cuales un 60% de la población estaba registrada en las regiones de México, Centroamérica y el área andina. Hay que tomar con reserva estas estimaciones, dado el problema de registro de esas épocas y también debido a que algunas regiones están mejor estudiadas que otras, por ejemplo la región de Mesoamérica y las regiones andinas, en comparación con Brasil o Argentina. En conclusión, no se cuenta con cifras totales de la inmigración para Hispanoamérica durante la época del Virreinato que indiquen cuál era la población total ni su distribución. Tampoco hay información certera acerca de la morbimortalidad. Solamente hay algunos cálculos basados en los registros de viajeros, censos económicos (pago de impuestos por el comercio de esclavos, y otros) y en registros parroquiales. Hay que considerar igualmente la gran variabilidad de los estudios realizados, predominantemente en la América de habla hispana, sumando el hecho de que hay escasos informes paleodemográficos para la América portuguesa8.
Otro aspecto importante para Iberoamérica fue la adaptación y la radicalización del sistema de castas de la España medieval a territorios americanos, conformada por 3 castas*: cristianos, judíos y musulmanes. La conformación de las castas en América se basó en las características fenotípicas de los grupos, en especial del color de la piel. Por ello, algunos denominan esta clasificación como "pigmentocracia", con lo que se genera un sistema de control hacia los grupos indígenas y negros. Otra diferencia fue que todas las castas deberían tener la misma religión.
*Grupos culturalmente distintos, ordenados de forma jerárquica y cuyos miembros quedan adscritos a ellos al nacer. Sáenz Faulhaber, 1976. Op. cit.
El mestizaje, tanto biológico como sociocultural, implicó un intercambio de formas de ver el mundo, incluidas entre ellas los conocimientos de atención a la salud y a la enfermedad9.
Encuentro de modelos médicos
Los conocimientos biomédicos que llegaron a América eran los que predominaban en Europa en los siglos XV y XVI. Es decir, una mezcla de las medicinas griega, árabe y europea10. El modelo médico característico era una transición entre el modelo religioso y el anatómico, para decirlo en términos de Jacques Attali, el orden de los signos de los dioses y el orden de los signos del cuerpo. El primero se caracterizaba como una concepción de la enfermedad como la posesión de fuerzas malignas. La curación era la superación del mal mediante la ayuda del sacerdote (el terapeuta mayor). En el segundo, la presencia de las epidemias y la pobreza es el nuevo vínculo del mal, de tal manera que curar era separar a los pobres y los contagiados para encerrarlos en lugares como hospitales y generar ofrecimientos de caridad. En este modelo, los terapeutas eran los policías y administradores que mantenían la separación. A diferencia del modelo médico que estaba establecido en América, es decir, un modelo mágico-religioso donde la separación del cuerpo y el alma era inconcebible, la curación era a través de un terapeuta que tuviera la capacidad y la preparación para diagnosticar y que conociera las herramientas terapéuticas para ahuyentar o eliminar el mal11. Este encuentro, no libre de fricciones, se fue perfilando con un dominio de la medicina europea. Este proceso ocurrió, por una parte, de manera sincrética entre los que compartían el modelo mágico-religioso, pero con una gran divergencia ante el desconcierto y la separación que causó la aparición de epidemias que diezmaron a la población americana. El predominio de esta policía médica, que no sólo aplicaba al control de los enfermos autóctonos y europeos, sino a aquellos que ejercían la profesión médica, fue regulado a través del Real Tribunal del Protomedicato, del cual quedaron excluidos los terapeutas americanos10. Además de estas medicinas, en años posteriores al primer contacto, se agrega una tercera población y tradición médica, la traída por los esclavos africanos. Con ellos también llegan nuevas enfermedades para las 2 poblaciones anteriores -europea e indígena- y nuevas formas de curación con un modelo mágico-religioso. En síntesis, predominaban los conceptos médicos mágico-religiosos originarios de Europa, de las diferentes religiones indígenas presentes en América y de las diferentes religiones africanas.
La conjunción de enfermedades de origen infeccioso, aunada a las enfermedades relacionadas con las actividades laborales, en especial la minería, condicionaría el modelo de la separación de los cuerpos con políticas estrictas, como las implementadas en 1630 para evitar el contagio con los emigrados del continente africano.
En síntesis, el mestizaje fue una "conquista de los cuerpos y las almas". La primera se manifestaba en la heterogeneidad de las poblaciones en cuanto a su genotipo y fenotipo. La segunda, en la mezcla de concepciones socioculturales, como la religión, la organización social y las formas de convivencia cotidiana (entre ellas, los modelos de atención a la salud). Estas realidades continúan hasta nuestras fechas y se perfilan como la diversidad de las culturas. Más allá de la insistencia de los estudiosos de poblaciones, tanto biológicos como culturales de buscar la homogeneidad, el reto está en desarrollar aproximaciones de estudio desde la heterogeneidad tal cual somos, como población mestiza heterogénea.
Figura 1. Grabado de Jan van der Straet (ca. 1575), en el que se representa el encuentro entre América y Vespucio.
Correspondencia:
Dra. I. Peláez-Ballestas.
Servicio de Reumatología. Hospital General de México. Dr. Balmis, 148. Colonia Doctores. C.P. 06726 México DF. México.
Correo electrónico: pelaezin@prodigy.net.mx