He leído muy atentamente la publicación de Nieto-González et al1. en Reumatología Clínica, donde presentan su experiencia de teleconsulta de reumatología infantil en tiempo de COVID-19. Me gustaría expresar mi opinión desde una perspectiva de ética.
La pandemia coronavirus disease (COVID-19) provocada por el Severe Acute Respiratory Syndrome Coronavirus 2 (SARS-CoV-2) ha supuesto una gran crisis sanitaria, social y económica a nivel mundial2. En el contexto de una situación compleja con necesidad extrema de racionalidad y sentido común, ha resurgido el concepto de la inquietud ética de los valores de los profesionales sanitarios, un colectivo con gran esfuerzo innegable y elevado riesgo de exposición y contagio. La inquietud ética se define como la sensación de angustia profesional por no poder desarrollar sus funcionaes con los mínimos estándares de calidad asistencial, entre otras causas, por la falta de recursos suficientes. Se ha traducido en un desgaste emocional, sufrimiento moral, cansancio acumulado y burnout, así como en buenas prácticas de cambio, resiliencia y transformación. Ese último punto es de anotación positiva y es donde se encaja la iniciativa de teleconsulta que experimentan los autores desde el espíritu de la inquietud ética.
No es de segundo plano recalcar que la ética de los valores corporativos de las organizaciones y del sistema se ha visto afectada por la salud pública de la población (bien superior) en términos de: universalidad, justicia, autonomía, intimidad, privacidad, confidencialidad, humanización, comunicación, etc3. En ese sentido, la pandemia ha puesto de manifiesto algunas carencias, acelerando nuevos proyectos para dar respuesta a las necesidades que iban surgiendo: adaptación de la organización, adecuación de los procesos y espacios, asistenciales y no asistenciales, y buenas prácticas en la relación con los pacientes y familiares, así como la coordinación con otros niveles asistenciales. Esa solución que presentan los autores en tiempos de COVID-19 también se ha reinventado desde un punto de vista corporativo y organizacional.
Por último, diría que nos queda un replanteamiento de fututo y recuperar la gratitud y la autoestima perdida (como sociedad y como profesionales de la salud), después de una pandemia que ha sido una llamada a la atención y a la acción, para que todo vuelva a su cauce. Es una ocasión de examinación, aprendizaje y mejora que nos pueda conectar con la cultura japonesa en los conceptos de reparación (kintsugi), reordenación (nankurunaisa) y armonía (feng shui), para poder llevar a cabo nuevos desafíos en la atención centrada en la persona.